Me da morriña al pensar en la luz de las clases del colegio. Recuerdo que al ser por la mañana, las ventanas estaban abiertas, y la luz de la clase era la luz del sol. Ahora en el pequeño habitaculo donde paso las mañanas, lo inunda la luz artificial de los neones.
Fueron engordados por el poder y la gloria.
Subieron al más alto de los cielos.
Tan alto que pocos les pudieron seguir,
y a menos les dejaron acompañarles
temor a no llegar más alto, de volar cargado.
Una vez allí, en lo más alto,
a tanta altura del resto de los humanos,
encontraron la soledad.
Esa soledad es la que los hizo inhumanos,
degenerados al vivir rodeado de tanto seres,
a los que denominaban inferiores.
En su aburrimiento,
intentaron escapar de la vulgaridad.
Crearon nuevos espectáculos como evasión,
perversiones divinas que les divirtieran,
que les ayudarán a creer que no estaban solos.
Esnifar el glamour en rayas,
para huir de la tediosa realidad de los que los rodean.
Monstruos nacieron de sus perversiones.
Monstruos que se alimentaban de su alma,
que se expandían como un virus,
contaminando su ser.
Enfermos en su degeneración.
Esclavos de su poder divino.
Medio dioses, medio monstruos.
En un mundo al que no pertenecen.
Rodeados de vulgariridad.
Rosas marchitados en un florero.
Lejos de la grandeza que les hizo alzarse al cielo.
y siervos de su propia inercia.
La soberbia que les hizo perder la poca humanidad que la genialidad les había otorgado.
Degeneración y excentricismo bailando de la mano.
